Nos encontramos en un bar céntrico con una atmósfera muy tranquila, al contrario de cómo me encontraba yo. En principio, solo íbamos a tomar una caña, ponernos cara y charlar de todo y de nada, como llevábamos haciendo meses a través de privados. Pero el romper esa pantalla entre nosotr@s me ponía frenética.

 

Más de una de esas conversaciones acabó con intensas escenas hipotéticas y húmedas entrepiernas y, aunque en ese momento no me planteaba una relación esporádica, no podía controlar el morbo que bailaba en mi interior tras leerle, imaginarle o ver…algunas cosas.

 

Le vi entrar y mirar alrededor en mi busca. Al encontrarme sonrió y se acercó con calma sin dejar de mirarme. Los nervios aumentaron cuando acercó su rostro al mío y me dio dos besos muy cerca de las comisuras, casi recreándose. Debí ponerme tan colorada que, una vez sentado, cogió mi mano y la acarició despacio intentando calmarme.

 

Tras esos primeros minutos extraños, el ambiente se fue distendiendo, incluso comenzamos a soltar alguna que otra broma con tintes eróticos. Nuestra conversación fluía, y cada vez parecíamos acercarnos más a la otra persona. Las sonrisas se ladeaban pícaramente, y la química se hacía notable entre nosotr@s. Mi valentía, infundida por la comodidad, me hizo poner la mano sobre su muslo, mientras continuaba con la conversación, como un gesto más natural que el propio respirar. Él imitó mi movimiento, que ahora divagaba suave por zona segura, aunque con ganas de adentrarse en los rincones.

 

No podía creer lo bien que estaba ni las ganas que tenía de que allí mismo me hiciera una demostración empírica de todo cuanto habíamos hablado durante nuestras conversaciones más intensas.

 

Sus labios se acercaron a los míos pidiendo permiso para la colisión, abrí ligeramente la boca y recorrí los últimos milímetros. Hacía mucho que no me besaban tan bien. Los labios se rozaban como si de nuestros cuerpos desnudos se tratara. Se nos quedaba pequeña la boca, pequeña la mesa, pequeño el bar…pequeña la ciudad para tanto calor.

 

Mi mano intrusa apretó con firmeza su muslo, reprimiendo el deseo de aferrarse a su intimidad. Él sonrió con un gesto que me dio a entender que el deseo era mutuo, que amb@s necesitábamos rebasar las fronteras del recato. Un espasmo. De nuevo me venía la imagen mental de su cuerpo encajándose en el mío con fiereza contra la mesa que ahora ocultaba nuestra expedición táctil. No me interesaba nada esporádico, pero, aunque solo fuera por esa vez, pensé que quizá debía rendirme y sucumbir a la tentación que se me presentaba.

 

Sus labios liberaron los míos y, pretendiendo conquistar terreno, recorrieron mi cuello. Poco me importaba quién nos pudiera ver.... Total, yo no vivía en esa ciudad. Pero sí me alojaba a unas calles de ahí, y cada vez me parecía más interesante la idea de enseñarle mi habitación y ver si la química era también práctica o sOlo teórica.

 

Al salir del bar se apretó contra mí, dándome un abrazo desde atrás y permitiendo que sintiera perfectamente cada centímetro de sus ganas, esas que ahora urgían explotar en la intimidad. Para lo cerca que estaba, el camino se hizo eterno.

 

Cuando llegamos, silencio, miradas, sonrisas. La ropa iba desapareciendo lentamente, entre besos y roces, gemidos y suspiros, fantasías y expectativas…

 

...

 

“Va a pasar. Mañana no podré caminar, pero merecerá la pena…”, ME dije antes acercarme de nuevo a él.